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Dicen vivir tranquilos... pero de noche, a solas... todos lamentan haber nacido... Arriba en la montaña, cerca del sol... El amor de lo alto levantó la brillante ciudad de Dios.
La habitan los pacíficos, los inocentes, los que, por ser humildes, tienen la cumbre, los del corazón lleno de mansedumbre, la buena gente que lleva el Evangelio escrito en la frente... Ellos son la semilla de la belleza... Ellos son la promesa de un mundo limpio... Y la certeza de que dará su fruto tanta tristeza...
Amigo: Delante de ti tienes las dos ciudades... Nadie vendrá a quitarte tu libertad, pero tampoco a nadie podrás culparle del camino que sigas, del señor al que digas: "Quiero ser ciudadano de tu ciudad". Sé que, a veces, es duro subir al monte... que es más fácil quedarse por las bajuras...
Pero la ciudad baja siempre es oscura, Y arriba tienes el horizonte. ¡Únete a los amigos de la paloma! ¡Deja que cuiden otros de la serpiente! Júntate a los pequeños, a los sencillos, a los que dicen siempre lo verdadero a los puros de espíritu que no vendieron por un poco de astucia sus ojos limpios...
Coge lo más hermoso que haya en tu casa... mételo en tu mochila de vagabundo y vete por la senda de la alegría para que un día -como la levadura sobre la masa- la hermosura de todos fermente al mundo...
Hallarás otros locos en la tarea... de todos los países y los colores: esos son tu familia... esa es la Iglesia que fundó un hombre joven de Galilea con pescadores, para hacer de los tiempos, tiempos mejores...
San Agustín
(FRAGMENTO)
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